martes, junio 19, 2012

El Pulso Silencioso

Nuestro compañero taichista Andrés Guerreo nos envía la reseña de esta semana. Esperemos que os guste y os sea de ayuda.




EL PULSO SILENCIOSO


“Sí, sí, sí, Mamá.

Sí, sí, sí, Mamá”

Peter Yang

No hace mucho que llegó a mis manos un vídeo de George Leonard, de una hora de duración, donde este maestro de Aikido occidental, acompañado por una veintena de seguidores ponía en práctica una especie de “calentamiento” general del cuerpo y de las capacidades para sentirlo y lo que este genera. Era agradable y sorprendente ver a este hombre de casi 90 años haciendo ejercicios gimnásticos, estiramientos, ejercicios respiratorios, sin ningún esfuerzo, tranquilamente, como quien se toma el desayuno de primera hora de la mañana. Sorprendido por la tranquilidad que destilaba y por su forma de explicar, me dediqué a buscar por Internet información acerca de él y por si había algún libro suyo que me pudiera parecer interesante. Acerca de él encontré que había sido maestro de aikido (y digo había sido porque murió hace unos pocos años) y que su método era todo un compendio de sabiduría, sensación y movimiento. Sobre sus libros, encontré uno que se titulaba “THE SILENT PULSE”, (El Pulso silencioso). Lo encargué y lo leí.

Tan pronto como lo abrí, descubrí en sus primeras páginas lo que andaba buscando, lo que había intuido desde que lo localicé y lo que su título me había sugerido nada más verlo. Reproduzco aquí las líneas que me llamaron la atención:

“Las células espermáticas nadan con rítmicos latigazos y se unen al óvulo. Las moléculas de ADN danzan juntas. Pulsátiles concentraciones de campos interactúan, se multiplican, se diferencian. Un esquema singular emerge, algo único en el universo: un nuevo ser.

Recordando todo, el ser atraviesa diferentes etapas de la evolución terrestre, acompañado por el poderoso tamborileo del corazón de la madre. El ser es sacudido hasta el núcleo por esas pulsaciones, que prometen propósito, totalidad, sincronía. Seguro en ese ritmo, el corazón del propio ser toma forma y comienza un pulso de respuesta.

Tan pronto como es posible después del parto, la madre toma al bebé entre sus brazos y pone su cabeza contra su corazón. El ritmo está todavía allí, un latido real contra el cual medir el fluir del crecimiento y del cambio. Más tarde habrá otros ritmos, otras relaciones. Pero algún profundo conocimiento de aquellos tempranos años permanece, un recuerdo del ritmo que sostiene la vida y subhabita toda la existencia. […]

En el corazón de cada uno de nosotros, cualquiera que sean nuestras imperfecciones, existe el pulso silencioso del perfecto ritmo, un complejo de ondas y resonancias, que es absolutamente individual y único y que aún más, nos conecta con todo en el universo. El acto de alcanzar este pulso puede transformar nuestra experiencia personal y, de algún modo, y cambiar también el mundo a nuestro alrededor.”  ([1] Leonard, George. The Silent Pulse. Bantam Book, New York, 1981. 192 pags.)

El hecho de que me llamaran la atención está en que había conseguido localizar a un occidental que expresara de forma similar lo que Peter lleva ya un buen montón de años diciéndonos.

Sentarse, situarse o resituarse -como se prefiera-, cantar los mantras o rezar una simple oración y desde ahí conectar. Aprender a sentir y a percibir el aire que respiramos y la respiración como acción y como actitud vital. Acomodar el cuerpo y acostumbrarlo a la posición, a la relajación, a la descarga de la tensión, al balanceo, al asentamiento firme y a la vez suave y flexible. Percibir nuestro ruido y, por contraste, el silencio; suavizar nuestro sentir y afinar nuestro aliento. Para ver aparecer entonces el motor vital: el corazón y su latir, desbocado a veces, otras pausado; alterado y desequilibrado tantas veces, humilde y sosegado otras tantas. Y desde este latir, desde esta sensación huidiza de estar conectado a nuestro interior, dejarnos mecer por la pulsación, por el vaivén de la sangre y de la energía fluyendo por nuestro cuerpo, como arrastrados por la brisa de nuestro aliento, alimentando y tejiendo un hilo de seda que nos une al universo. Y desde este latir extender nuestra atención al pálpito que bulle en nuestro centro, en nuestro dantien, bajo nuestro ombligo. Timbal de la vida donde lo importante se amplifica y se expande, se extiende, se amplía hasta abarcar todo nuestro cuerpo, nuestros órganos y miembros, nuestras capas y nuestras células. Todas laten al mismo ritmo que les marca el dantien, todas actúan al unísono, en la armonía vital de quien es fruto del divino amor.

Y en ese sonar, en este tam-tam, en esa expansión se van separando, dilatando, contraponiendo sonido y cadencia: suena más, siente más y a la vez la pulsación es más amplia, menos rápida, más dilatada. A medida que esta orquesta monumental y divina toca, se van apreciando más nítidos, más claros, más precisos los silencios. Esos espacios donde nada hay y, sin embargo, tampoco hay nada sin ellos.

Hace unos días nos quedamos sorprendidos viendo una magnífica película titulada “Copying Beethoven” donde se narraban los últimos días del genial compositor y se articulaba una historia apoyada en la creación de la Novena Sinfonía y la necesidad de preparar copias para la imprenta con vistas a su estreno días más tarde. Nos impactaron frases que se pronuncian en el guión y que Peter hacía ya más de veinte años había dicho sin pestañear: “Dios es silencio” o como dice el guión: “Dios se comunica con el hombre por medio de los silencios. El compositor escribe notas y notas pero, cuando Dios habla al corazón, utiliza los silencios y son estos los que dan potencia, intensidad, vida a la música”. Y además insiste: “La música de las esferas de la que hablaba Pitágoras, la música del cosmos en pleno movimiento solo es posible desde el silencio creador”.

Y en los silencios del latir, del pulsar, del vibrar, se produce como las cuerdas de la guitarra que, estando dos cuerdas afinadas en el mismo tono y adecuadamente, al pulsar una, suena la otra en vibración gemela, en palpitación instada por la misma naturaleza sonora de la vibración. También ocurre en el ser humano, en el hombre respirando, en el hombre sintiendo el pulsar silencioso que habita en él: cuando está afinado, y en la afinación requerida, entonces el ritmo se acomoda al ritmo del Universo, al ritmo del Cosmos, a la música de las esferas, a la voz de la Vida, de la Madre que le habla allá adentro y entonces, el hombre, tranquilo, renacido y renovado puede contestar con y desde el corazón primitivo: “Sí, sí, sí, Mamá”. Pues no hay otra respuesta posible, no hay alternativa a la llamada del amor, no hay sino la afirmación que conlleva reconocer lo que somos y de dónde venimos.

Es el mismo sonido que nos dio la vida, que nos acunó en el vientre, que fue modelando cada forma, cada célula, cada órgano. Es el mismo sonido que nos acogió al nacer, en forma de latido, en forma de cercanía al pecho materno. El sonido del amor, de la paz, de la tranquilidad, lejos de la inquietud, sin temor de lo porvenir, porque ese sonido, ese latido, ese pulsar nos devuelve a nuestro lugar en el universo, nos devuelve la confianza en el ser humano, nos da la pista sobre el divino quehacer y nos inunda de salutífero consuelo.

“Sí, sí, sí, Mamá”, contestamos al unísono cuando llegamos a este punto y nos unimos al Universo en su pulsar. Aceptamos lo que nos toca vivir y sonreímos a las circunstancias sin temor y sin deseo: todo está bien y esa pulsión, transformada en logos, en palabras, se desarrolla en la aceptación total de la VIDA y su maravilla, de la VIDA y su secreto. Vivir para amar, servir por amor, vivir para servir.

“Sí, sí, sí, Mamá”: sobran más palabras.

Andrés Guerrero

7 comentarios:

Anónimo dijo...

POR QUÉ TANTO MIEDO


La barca en la que van Jesús y sus discípulos se ve atrapada por una de aquellas tormentas imprevistas y furiosas que se levantan en el lago de Galilea al atardecer de algunos días de verano. Marcos describe el episodio para despertar la fe de las comunidades cristianas que viven momentos difíciles.
El relato no es una historia tranquilizante para consolarnos a los cristianos de hoy con la promesa de una protección divina que permita a la Iglesia pasear tranquila a través de la historia. Es la llamada decisiva de Jesús para hacer con él la travesía en tiempos difíciles: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?".
Marcos prepara la escena desde el principio. Nos dice que "era al atardecer". Pronto caerán las tinieblas de la noche sobre el lago. Es Jesús quien toma la iniciativa de aquella extraña travesía: "Vamos a la otra orilla". La expresión no es nada inocente. Les invita a pasar juntos, en la misma barca, hacia otro mundo, más allá de lo conocido: la región pagana de la Decápolis.
De pronto se levanta un fuerte huracán y las olas rompen contra la frágil embarcación inundándola de agua. La escena es patética: en la parte delantera, los discípulos luchando impotentes contra la tempestad; a popa, en un lugar algo más elevado, Jesús durmiendo tranquilamente sobre un cojín.
Aterrorizados, los discípulos despiertan a Jesús. No captan la confianza de Jesús en el Padre. Lo único que ven en él es una increíble falta de interés por ellos. Se les ve llenos de miedo y nerviosismo: "Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?".
Jesús no se justifica. Se pone de pie y pronuncia una especie de exorcismo: el viento cesa de rugir y se hace una gran calma. Jesús aprovecha esa paz y silencio grandes para hacerles dos preguntas que hoy llegan hasta nosotros: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?".
¿Qué nos está sucediendo a los cristianos? ¿Por qué son tantos nuestros miedos para afrontar estos tiempos cruciales, y tan poca nuestra confianza en Jesús? ¿No es el miedo a hundirnos el que nos está bloqueando? ¿No es la búsqueda ciega de seguridad la que nos impide hacer una lectura lúcida, responsable y confiada de estos tiempos? ¿Por qué nos resistimos a ver que Dios está conduciendo a la Iglesia hacia un futuro más fiel a Jesús y su Evangelio? ¿Por qué buscamos seguridad en lo conocido y establecido en el pasado, y no escuchamos la llamada de Jesús a "pasar a la otra orilla" para sembrar humildemente su Buena Noticia en un mundo indiferente a Dios, pero tan necesitado de esperanza.
José Antonio Pagola


Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Siembra confianza en Jesús. Pásalo. 24 de junio de 2012
12 Tiempo ordinario (B)
Marcos 4, 35-41

Anónimo dijo...

1º/
Esto que sigue no está escrito como algo divulgativo de la doctrina hindú, sino algo escrito desde y hacia el "interior" de uno mismo y que la doctrina hindú me ha permitido utilizar sus conceptos para poder expresar ese "interior", de hecho el concepto solo es mencionado con nombre específico una vez que él mismo surge de...
Soy consciente de que no deseo que haya interferencia de fases, de las "fases de onda", como las leyes de la acústica lo llama, sino bien al contrario, lo que debe salir, una vez que los sentidos ejecutan su función, y la mente lo escucha, es un mapa de armónicos genuino, porque son escuchados a través del y a favor del aire, sin interferencia de una grabación.

Anónimo dijo...

[Bhagavan, tengo que decirle a Ud., poder decirle, decir esa opción, opción de tener la opción de "poder decir"; al fin y al cabo la esencia de esa posibilidad de poder decir es sobre lo cual se ha apoyado toda la transmisión de la cultura que ustedes han custodiado. Pues bien, poderle decir que lo de ustedes es tan esencialmente esencial, que hace como cuando se formatea un disco de ordenador, a saber: a cada nueva visión, a cada nueva opción, tal como ustedes lo hacen, es reprogramar desde ese punto diferente todo el resto, y además hacerlo con la mayor naturalidad, como algo consustancial a la propia cualidad del manas (mente, mind), como agua que mana, como algo además, que si no se hiciera, sería estar incurriendo una y otra vez en el error, en error de omisión de no hacer algo para lo cual está dispuesta y preparada su cualificación.
De todo lo hindú, no es otra cosa, sino que es esto precisamente, lo que en este momento tomo, como partida para ejemplarizar lo que acabo de decir anteriormente y deseo manifestar.
No voy a ir a ninguno de los preciosos conceptos de la naturaleza del intelecto superior, no, me voy a quedar en este plano anterior que me es tan necesario explicar para poder deleitarme en lo otro.
Al fin y al cabo es un lujo haber podido tener la suerte, llamemoslo ventura de sentirme, y plenamente poderme sentir rodeada de todo este universo, de no sentirme extraña o con carencia de algo. Como así resulta ser, me veo en la necesidad de recapitular (exigencias del momento) aclarar lo que hay, esgrimir, y dar el siguiente paso. No puedo no pasar por alto algo que pulsa fueretemente y cada vez más, Bhagavan, y es que los textos hindues podrían ser traducidos a cualquier lengua y en cualquier momento, y quedarían así, sin desentonar, entendidos como algo que es capaz de transpasar el tiempo y el lugar sin que se note. Si esto es cierto que es así, uno no se moja nada diciendo o copiandolo y utilizándolo para su propio solaz y el de los demás. En esto René Guénon, que cada vez me dice más y más, lo dijo bien claro, entiendo que dijo que una cosa es la doctrina hindú, otra cosa es que un hindú tenga a mano los elementos necesarios para hacerlo (para decir) pasar a "modo" occidental.
Brahman puede decir a un hindú lo que no es capaz de hacer que un occidental entienda. En otras palabras, ni Dios espera que un hombre occidental entienda ciertas cosas que para entenderlas tendría que tener "algo" que por el hecho de tenerlo lo equipararía a un hindú (por poner un ejemplo). Entonces, eso que "no hay" no lo puede suplir el "texto" ..Yo creo que así he expresado lo que tenía que decir, sin haberlo pretendido de esta manera, pues en el camino había "otras cosas" que ellas mismas pujaban por salir y no lo han hecho, bueno, otra vez será. Había por ejemplo la necesidad de decir que el camino de vuelta es un acto tan creativo y tan desprovisto de todo elemento insulso, que un hombre bien "insertado" en su cultura no puede tener el acicate necesario para impulsarlo, y también, ya de paso, que el propio deseo, aunque no totalmente autopermitido, de insertarse o estabilizarse el "algo otro" tampoco nos está permitido ya nunca más. Es dar ese paso inicial de verdad y ya no poder hacer otra cosa que mirar no para adelante, que no se ve nada, sino mirar al Paramartha (la «Verdad Última»).
Gracias por todo]
Ana, una servidora (muy poco servil)

Anónimo dijo...

mil gracias Andres
Paco

Anónimo dijo...

Eso es la expresión de la «Verdadera Forma» de uno (de quien lo expresa). Eso conlleva que sea estable, eterno y brilla siempre, la verdadera forma (Swarupa), transformarnos en ello y permanecer así
Ana

Anónimo dijo...

Una mezcla de "enseñanza errónea", Peter así lo llamaba. Es esa sumación de nacimientos millonarios hasta llegar al nacimiento humano (empleo una forma no literal de expresión), uno lo vivencia como de mucha responsabilidad y a la vez uno solo ve por efecto espejo del mundo. Hace falta pasarse, previamente a comprender, las épocas de su vida devanando, desgranando esa madeja que nunca acaba, en silencio y en medio de una aterradora obscuridad. Aún así, aún cuando eso parace haberse desvanecido, el trabajp que queda es, cuando uno se pone a mirarlo, devastador. Es como un auténtico milagro de superar.
Solo la fe devocional en el maestro obra ese milagro, aún cuando el propio maestro no llegue a percatarse de hasta dónde llega ella.
Ana

Anónimo dijo...

Una mezcla de "enseñanza errónea", Peter así lo llamaba. Es esa sumación de nacimientos millonarios hasta llegar al nacimiento humano (empleo una forma no literal de expresión), uno lo vivencia como de mucha responsabilidad y a la vez uno solo ve por efecto espejo del mundo. Hace falta pasarse, previamente a comprender, las épocas de su vida devanando, desgranando esa madeja que nunca acaba, en silencio y en medio de una aterradora obscuridad. Aún así, aún cuando eso parace haberse desvanecido, el trabajp que queda es, cuando uno se pone a mirarlo, devastador. Es como un auténtico milagro de superar.
Solo la fe devocional en el maestro obra ese milagro, aún cuando el propio maestro no llegue a percatarse de hasta dónde llega ella.
Ana