miércoles, marzo 26, 2014

Retazos del Duelo

Foto del blog "rincondelacalmafotoshilda" - Segovia 2014

Retazos del duelo

Sé que el Señor lo habrá recibido en el cielo con un fuerte abrazo, como pedimos, en las plegarias de su funeral en el altar mayor de la Catedral de Barcelona. Veo su sonrisa por todas partes, mi propio papá lo ha visto así, mirándole, feliz y sonriente, durante la consagración en la misa del 7 de marzo que le encomendó. Si ha sido una persona sana y sabia, a partir de ahora, ya es santa.
Es curioso que el día que expiró, en este preludio de la primavera, en el cielo se diera el fenómeno denominado « Winter Circle » en el que la luna se sitúa en el centro del gigantesco círculo que forman las siete estrellas mas brillantes del hemisferio norte; lo pude ver, con toda la significación que para Peter tenía la luz de la luna, y entonces dibuje el círculo señalándolo con el dedo, uniendo todas las estrellas, como él hacía en el ejercicio del avión que rodea la tierra para enseñarnos ese principio del movimiento: lejano.
La primera cuestión que le planteé a Peter cuando tuve ocasión de hablar con él, en el Monasterio de San Juan de la Cruz, verano del 84, era sobre el miedo a la muerte, no ya la propia, sino la de los seres queridos, y me contestó con rotundidad: « la muerte no existe », y ante mi asombro, reiteró, « no es real, es un pensamiento onírico ». Desde entonces creo. 
Recordé esa conversación el lunes en el velatorio, parecía respirar y tenía un rostro sereno, hacía tres días que ya había abandonado el cuerpo, tres días que se había destilado su espíritu, que había pasado de lo natural a lo sobrenatural. El padre Antonio, en la intimidad, rezó una preciosa plegaria que seguro pudo escuchar, ya que en los silencios de la oración se escuchaban sus «muchas gracias».
Me llamó la atención que en la catedral había muchas personas que no eran del tai-chi, que lo conocían y, allí estaban, emocionadas. También la presencia del periodista Alfredo, cuya naturalidad no deja de sorprenderme, y, sobre todo, la espontaneidad de los taichistas aún dentro del templo, al salir, quitándole la rigidez del acto, cantando con cariñito su canción, desprendiendo el huesito amargo, y repitiendo en la escalinata el « sí, sí, sí, mamá » y todo lo demás.
¡Qué sorpresa el cementerio de Montjuic! Allí, en lo más alto, está enterrado con sencillez, junto a una lápida que pone « hogar de los chinos », ya que están los restos de aquellos primeros sacerdotes y seminaristas chinos que como él llegaron a España, residieron en la casa, y que se fueron antes. Por todos ellos, mártires en el exilio, como Peter hizo, también debemos rezar.

-guillermo lago-

miércoles, marzo 19, 2014

Peter Yang y la línea

Hoy tenemos unas interesantes reflexiones de Andres Guerrero sobre el Peter.


Peter Yang y la línea
Hoy no quiero estar lejos de la casa y el árbol.
Hoy quisiera estrechar mi ciudad sumergida
—boca de los corales, alma de las esponjas,
dureza de las piedras que se encuentran a veces,
ojos de las estrellas de mar y los peces—.

Hoy te quiero cantar más allá,
más allá de donde ha de llegar
la canción.
Peter ya no está entre nosotros, pero descansa en Paz, descansa en la Luz.
Hoy me he levantado al amanecer con esta canción de Silvio Rodríguez sonando inmisericorde en mi cabeza: repitiéndose sin parar y a la vez mis manos deseaban correr hacia el ordenador donde plasmar lo que hace días corre por mis neuronas desde mi corazón.
Me viene a la cabeza estos días aquel cuento que Peter nos contaba sobre el hijo de un poderoso, que no aprendía de ninguna manera y el padre andaba tan desesperado que mandó poner carteles pidiendo algún maestro que consiguiera enseñar algo a su hijo. Un maestro se presentó y presentó sus papeles, ofreciéndose para enseñarle al hijo algo, por lo menos un signo. Y así empezaron a la mañana siguiente. El maestro trazó con un palo en el suelo una línea horizontal y pronunció el sonido del carácter: “Yi” (recuerdo perfectamente a Peter pronunciando ese sonido mientras alargaba la “i” como se hace con los niños). El pobre tonto miraba al maestro sin comprender. El maestro repitió una y otra vez el signo en el suelo y cada vez pronunciaba el mismo sonido. Y así durante una semana. A base de repetir, consiguió que cada vez que hacía el trazo, el chico pronunciara a duras penas el sonido “yi”. El padre estaba nervioso por saber cómo iban los progresos de su hijo, así que mandó llamar al maestro y le avisó que en tres días tendría que darle cuenta de su trabajo. El maestro insistió en repetirle al hijo el trazo y el sonido. Cada vez, el chico repetía ya sin temor el sonido al ver el trazo en el suelo. Así que, cuando llegó el día, el padre acudió al patio, se sentó en el sillón y esperó a que su hijo le mostrara sus progresos. El maestro dio cuenta de lo que había aprendido y el padre, cogiendo un palo, hizo una raya horizontal en el suelo y le preguntó al hijo: “¿Qué es esto?” El chico permaneció mudo, incapaz de abrir la boca ni de pronunciar ni un solo sonido como respuesta. Tras varios intentos, el chico siguió con la misma estupefacción. Total que el padre se enfadó muchísimo y, dando un golpe en la mesa con el puño, mandó despedir al maestro. Y el maestro, dirigiéndose al muchacho le preguntó: “¿Pero es que no sabes qué signo es ese que ha hecho tu padre? Pero si es el que hemos estado practicando todos estos días…” Y el muchacho, casi haciendo pucheros, contestó: “Lo siento, maestro, pero el trazo no era el mismo, era más largo”.
Recuerdo perfectamente a Peter acabar de contar el cuento y mirarnos a cada uno directamente a los ojos, como diciendo: “¿Y tú, qué?”. Ciertamente pasaba horas y horas repitiéndonos lo mismo, haciéndonos las mismas preguntas, contándonos las mismas historias y los mismos cuentos y cada vez que nos preguntaba la respuesta no salía de nuestros labios.
No pretendo ahora hacerme el listillo, sabiendo que Peter no me va a llevar la contraria, pero me gustaría utilizar este cuentecillo para expresar mis sentimientos con respecto a todo lo que ahora nos rodea y a las circunstancias en las que nos movemos en estos momentos.

Cómo voy a cambiarle el color a una ola.
Qué se puede querer si todo es horizonte.
Qué le voy a enseñar a la suma del viento.
Qué le puedo objetar a una noche estrellada
con mi vela amarilla y mi proa emparchada.

Hoy te quiero cantar más allá,
más allá de donde ha de llegar
la canción.


Es evidente que lo que el maestro pretendía no era que el muchacho se fijara en la longitud de la raya, sino en lo que la raya significaba y lo que suponía esa raya en la práctica y en la vida. Y creo que puedo explicarlo.
Esa raya es un trazo simple, que representa –unido a su sonido “yi”- el signo del UNO, que nosotros los occidentales haríamos en vertical, de arriba abajo. Tras el fallecimiento de Peter, Edurne me contestó un correo electrónico diciéndome que de lo último que le había oído hablar a Peter era del UNO. ¿Será casualidad?
Y me pregunto para mí: ¿Acaso esa línea no es la representación de nuestro camino, de nuestra vida, de nuestro tao? Creo que Peter a lo largo de estos años en que lo conocimos y convivimos con él, no hizo más que trazos en el suelo, trazos en la cabeza de cada uno, en las mentes de todos para que supiéramos reconocer nuestro camino, nuestra línea, nuestra vida y para que supiéramos qué hacer con ella, para que supiéramos darle una utilidad más allá de la pura supervivencia. Y trazaba la línea en nuestra cabezas y cada uno respondía, en su tono y en su cadencia: “yiiiii” o algo parecido.
Y cuando parecía que repetíamos con cierto gracejo el sonido al ver ese trazo horizontal, nos enseñó que tras esa línea había también el UNO, como origen y aglutinador de todo lo que nuestra mente se empeña en dividir y clasificar. Y ese UNO se escondía tras las líneas indescifrables en principio del Tao Te King. Y nos enseñó a limpiar los trazos, a soplar y aventar las palabras para llegar al trazo que nos había enseñado: “yi”. Solo hay UNO y estamos en ÉL. Y tras el esfuerzo, trazaba el signo en el suelo con el palo y nuestras caras se iluminaban al pronunciar el sonido primigenio: “yi”.
Y con el paso del tiempo recuerdo que un día apareció diciendo que la vida era un punto y todos nos descolocamos y empezamos a removernos en los asientos, porque ¿No era una línea? ¿Cómo es que ahora cambiaba? Y en lugar de “Yi” pronunciábamos “No”. Pero él supo tranquilizarnos. Recuperando lo poco que algunos sabíamos de geometría, pintó un punto en el suelo y nos propuso: “¿Cuántas líneas pueden pasar por un punto en el espacio? Y algunos respondimos –recordando lo aprendido en la escuela-: “Infinitos”. Y él se dedicó a pintar nuevamente trazos horizontales, que todos coreábamos con la alegría de quien reconoce lo que ya es suyo: “Yi”, “yi”, “Yi”… Era el mismo trazo, la línea de nuestra vida, la línea del Uno que nos unificaba, que nos comprendía y nos englobaba. Y lo del punto, como que pasaba a un segundo plano.
Pero él insistió en que el punto era esencial: era nuestro presente, nuestro punto fijo, nuestro punto muerto, el “qi” que establecía los pasos entre el wu qi y el tai chi. Ese punto era la esencia de que estábamos allí porque nuestras existencias habían confluido en ese momento, en ese instante, en ese estar y tenían sentido dentro del uno, y tenían sentido en nuestras vidas. Y nos obstinábamos en hacer chocar nuestras vidas en lugar de acoplarlas para que rodaran juntas, para que se desarrollaran juntas, para que convivieran juntas en ese punto del espacio y del tiempo.
Hoy no quiero estar lejos de la casa y el árbol.
Cada rizo del suelo es un sueño contado,
algo como un recuerdo, una imagen, un beso
y en la espalda del día se queda ese algo.
Hoy no quiero estar lejos de la casa y el árbol.

Hoy te quiero cantar más allá,
más allá de donde ha de llegar
la canción
—mi canción—.
Y ahora ese punto del espacio en el que nos encontramos todos los que a él acudíamos ha desaparecido de nuestros ojos. Me vienen a la cabeza esas líneas que Isabel nos escribía en correo electrónico y que decían: “Gracias, Peter, por haber sido instrumento para conocerme y conoceros”.
Y nos parece que alguien se acerca para examinarnos y preguntarnos qué es eso del trazo horizontal, qué tiene que ver con nuestras vidas, con nuestro aprendizaje, qué representa para nosotros.
Y es cierto, Peter no está, pero sabemos todo cuanto nos ha dejado. Somos capaces de “saborear” cosas que nunca antes habíamos paladeado (esos “disgustos con mucho gusto” que tanto atraparon a Joaquín). Somos capaces de encontrar el trazo horizontal en nosotros, en nuestro camino, en nuestras vidas. Somos capaces de distinguir ese trazo entre los trazos de otras vidas, de otros signos, de todo lo que ocurre a nuestro alrededor y lo reconocemos como el UNO y repetimos: “Yi”.
Y ahora nos toca “cruzar la línea”, esa raya que de pequeños servía para el desafío: “Anda, atrévete a pasar la raya y…” Y esa raya es la de cada día, la de cada bloqueo que tenemos, la de cada circunstancia que nos amarga, la de cada torpeza en que nos abismamos. Y sabemos que Peter no tenía problemas para saltar esas rayas, cuantas veces fuera necesario, hasta el final. Y él está al otro lado de otra raya. Y a nosotros nos quedan muchas rayas que saltar hasta alcanzar la meta, el otro lado. Y no tenemos excusa, porque alguien vendrá y trazará esa línea y podremos hacernos los tontos y mostrar nuestra estupefacción o podemos reconocer lo que sabemos, lo que Peter nos enseñó. Y recuerdo aquí otro correo en el que Carlos Mera me dice: “He recordado esas largas tardes de tertulias y taichí bajo los pinos, con ese sentimiento atemporal de sentirte bien, de formar parte del todo, de sentirte aquí y ahora”. Y me siento impulsado a proclamar que tenemos muchas cosas que mostrar, que compartir.
Tenemos esa felicidad que Peter compartía con nosotros en la convivencias especialmente y en la vida diaria también. Tenemos esa paz que nos dejaba con sus palabras y con sus enseñanzas. Tenemos esa experiencia de tantos “palos” trazados en el suelo (y algunos otros que nos quedaban grabados en el alma). Tenemos todos los recursos que él nos dejó y nos enseñó. Tenemos vida por hacer y por vivir y por compartir.
Recuerdo también cuando Peter llegó un día diciendo que alguien había calificado al Rincón del Silencio como “refugio de psicópatas”, aunque por su tono lo hacía extensivo a todos cuantos nos dedicábamos al taichí. Y no le dio más importancia. Ahora puedo decir que se equivocaba quien eso dijo, porque una de las características psiquiátricas de los psicópatas es que no tienen conciencia: no la necesitan para vivir, porque no socializan.
No somos psicópatas, aunque alguna que otra manía tenemos, eso sí. Hemos pasado estos años impulsados por la defensa que Peter hacía de la individualidad y hemos puesto por encima de todas las cosas nuestras manías, nuestras “neuras”, nuestras personalidades y nuestros caracteres. Pero no somos psicópatas, sino que somos perfectamente capaces de convivir, de empatizar, se socializar, de reír y de llorar con los demás, de colaborar, de participar, de luchar con los demás.
Es cierto que esas líneas, que se cruzan y que son nuestras vidas, a veces necesitarían un aceite que no tenemos para que no saltaran chispas. Es cierto que hay una química que a veces funciona y a veces no. Es cierto que tenemos la maldita manía de ver las cosas de forma diferente de los otros. Es cierto… pero nadie nos obliga a hacerlo, nadie nos obliga a poner palos en las ruedas de los demás, a llevarnos el gato al agua, a quedarnos con la perra gorda.
En estos días pasados he experimentado algo maravilloso y tiene mucho que ver con esto que os he contado a lo largo de estas líneas: hemos recibido llamadas y correos de amigos y taichistas a los que hacía tiempo no veíamos, pero que nos llamaban para saber cómo estábamos, cómo andaban de agitados nuestros sentimientos por lo de Peter, si nos íbamos a ver, expresándonos sus sentimientos, su cariño, su cercanía y todo lo que bullía en sus corazones. Y todo eso que nos han dado ha hecho que nuestros corazones también bullan al unísono.
Alguien vendrá y trazará ese signo en el suelo y estoy convencido de que todos y cada uno de nosotros, en su tono y en su tempo, podremos decir con armonía y equilibrio: “Yiiiiiiiiiii”, mientras le sonreímos al Maestro que nos mira intentando que no se le note la satisfacción del trabajo realizado.
Lo sé: Podemos.
Estoy seguro: Podemos.
Vosotros también lo sabéis: Podemos.
Andrés Guerrero Serrano
Zaragoza, marzo de 2014
http://20lecciones.blogspot.com.es
http://labrisaquesparcelasemilla.blogspot.com.es
http://elhilodeseda.blogspot.com.es



miércoles, marzo 12, 2014

Peter Yang

Peter, año 2014


PETER YANG

El 7 de Marzo, Peter Yang se ha ido al cielo, a los 93  años de edad. Ya ha podido decir: ¡Misión cumplida!.
Era viernes y ese mismo día teníamos la reunión mensual del Cenáculo y nuestra intención era ir a la residencia donde estaba instalado el padre,  como lo estábamos haciendo los últimos meses. Se hizo la reunión en el Rincón, ya que hasta el domingo no lo podíamos visitar en la capilla del tanatorio de las Corts. Estuvimos orando-respirando, respirando-orando, cantando las canciones que nos ha enseñado y comentamos el capítulo 54 del Tao Te King, que correspondía ese día.
Al mismo tiempo, en Segovia realizaban la convivencia que tantos años se ha realizado con él. También ese fin de semana   se reunían en México para realizar otra convivencia “Peter Yang”.  Son tres ejemplos de que la semilla sembrada por Peter, está fructificando. ¡Que contento esta Peter Yang!, una de sus frase preferidas de los últimos tiempos, como nos recordó Carlos en el funeral.
Como ejemplo sencillo de que la semilla puede fructificar, os voy a contar una vivencia personal. Le notifique a mi hijo la muerte de Peter por SMS. Yo creía que pasaría y no contestaría, pero contesto diciendo: “Lo siento mamá” y añadió “Calma más calma, robustece el alma”.
El domingo por la tarde y el lunes hasta la 11 de la mañana, estuvo de cuerpo presente en el tanatorio de las Corts. Le hice una visita acompañada de  Bresca, mi perrita guía. Peter siempre me preguntaba por ella.
El funeral, realizado el día 10 a las 12 del mediodía, en el altar mayor de la  Catedral de Barcelona, donde tantos años ha celebrado Misa y a la que tanto amaba. Misa concelebrada cinco sacerdotes. Estaba llenísimo, vinieron de toda España, alumnos, antiguos alumnos, simpatizantes y amigos, para despedir al que nos ha dejado una semilla que se ha esparcido y se esparcirá, con la ayuda del Espíritu Santo, por todas partes. Resaltar la homilía del celebrante, que resaltó las virtudes y diferencias del Padre Peter o el sacerdote Pedro como lo mencionaban. También mencionar las palabras del Padre Seguí, que ha acompañado a Peter en mucha celebraciones eucarísticas en el Rincón. También las emocionadas palabras de Carlos, recordando a Peter y dando las gracias a todos los presentes.
Despedimos a Peter cantando a la Virgen De Montserrat, que seguro que lo recibió con toda ternura en el cielo y rematamos con la canción “Apoyados en la barandilla” en las escaleras de la catedral.
Un grupo bastante numeroso, le acompañamos al cementerio de Montjuich, en un día primaveral y delante del mar, con rezos y canciones despedimos a Peter Yang, con el corazón triste pero feliz de saber que su espíritu estará siempre con nosotros.
Servidora hace 20 años, tuve el privilegio de conocerle y estoy muy agradecida a Dios ya que con sus recetas (como decía él), con el taichí y con el fresquito-calorcito, me permite vivir cada instante, “aquí ahora y ahoraaaaaaa” con calma “calma más calma robustece el alma” (primera frase que le escuche decir y a la que mi esposo, el doctor, como él le llamaba, y mis hijos las han hecho suyas) y sobre todo me ha enseñado a: VIVIVIR Y CAMINAR DE VERDAD y todo esto es lo que intento seguir hasta que, como él, pueda decir ¡MISION CUMPLIDA!-
También le agradezco, ya que nos ha reunido, un grupo de personas de toda España, a las que amo y las tengo en mi corazón. ¡CARIÑITO FAMILIAR·
¡Descansa en paz padre Peter,  junto a la Sagrada Familia, que tanto amabas y nos trasmitías su amor. ¡¡¡GRACIAS PETER!!!

Maribel 10 de Marzo 2014

)


miércoles, marzo 05, 2014

Miércoles de Ceniza

Para este miércoles de ceniza, que marca el inicio de la preparación para la Semana Santa hemos escogido una parte de un escrito de Francesc Torralba. Esperemos que os guste.



La esperanza en un mundo mejor
Francesc Torralba

El ejercicio de la esperanza, tal y como lo entiende Gabriel Marcel, significa una
confianza serena en la realidad y en la persona. Según el filósofo francés, la
verdadera esperanza se da en el amor personal. No es la espera pasiva; como quien
espera que llegue el autobús en la parada; es movimiento hacia el horizonte de
liberación.
Quien espera no dice solo «yo espero», dice también «en ti» y «para nosotros»,
porque lo que se espera atañe siempre al que espera y a aquel de quien se espera.
Es un modo de profunda apertura al otro y de relación interpersonal.
La esperanza es la virtud del futuro, lo mira atentamente y lo encuentra abierto,
mientras que la desesperación lo encuentra cerrado. No es la negación del presente
ni la transformación del mismo en un puro prólogo del futuro o en un epílogo del
pasado.
El presente, el ahora y el aquí, es fugaz, se escurre entre los dedos, fluye
velozmente. Ser creyente es tratar de vivir el ahora con la máxima plenitud, con
conciencia plena, sabiendo que es un don único, regalado, que está ahí para ser
trabajado, para hacer de él una obra de arte. Liberarse del peso del pasado y de la
preocupación por el futuro son dos exigencias básicas en la vida del creyente. Para
ello el creyente tiene dos maestros de excepción: los lirios del campo y las aves del
cielo.1
El creyente se pregunta por lo que está llamado a hacer durante este tiempo que le
ha sido dado (el tiempo de su vida). Se pregunta qué debe hacer en este espacio de
territorio que se le ha entregado. Esta atento a la Voz interior -Vox interior, en
palabras de san Agustín- que le habla en el adentro. Sabe que el presente es
fecundo cuando la eternidad se hace presente en él a través de su obrar, cuando
actúa conforme a esa Voz que le empuja a la plena liberación, a superar sus
propios límites, a romper el caparazón del ego, para dar lo más grande de sí.
1
Cf. S. KIERKEGAARD, Los Lirios del campo y las aves del cielo. Madrid, Trotta, 2002
El presente tiene valor en sí mismo, está llamado a ser un instante de eternidad.
Vivido desde lo experiencia de la fe es, a la vez, una ocasión para construir un
mundo mejor.
El paso por el mundo no es baladí si uno ha tratado de mejorar su entorno, de
mejorar su espacio vital, de hacer agradable la existencia a los demás. La pasividad
no es el fin de la existencia creyente.
Verdaderamente, como dice el poeta, lo nuestro es pasar; pero se puede pasar por el
mundo de distintos modos. Nadie se queda indefinidamente en él; nadie, aunque
lo desee con todo su corazón, puede prolongar su estancia en este mundo.
Tampoco el amante puede evitar que se haga de día y que termine su apasionada
noche.
Uno puede acortar su estancia en el mundo; puede poner punto final a ella, pero
no está a su alcance permanecer en este mundo indefinidamente. El pasar afecta a
todos, a creyentes y a no creyentes.
Desde la opción creyente, el pasar tiene valor, posee significado, cuando el pasar se
conjuga con el amor. El fin está claro: pasar y amar, o mejor todavía, pasar amando.
El fin es la acción y no la mera pasividad; es mejorar lo que nos ha sido dado para
entregarlo a las generaciones venideras en un estado más bello. Este altruismo
intergeneracional no obedece a ningún cálculo de rendimiento, tampoco espera
ninguna contrapartida. No estaremos para que nos lo agradezcan. Este es el modo
de convertir la propia existencia en algo que haya merecido la pena.
La esperanza es la afirmación del presente, pero no de un modo desesperado,
como si solo hubiera presente; sino desde la confianza de que el trabajo y la fatiga
de la hora presente no se pierden para la eternidad.
En la posposmodernidad se sacraliza el instante, porque el pasado se olvida
velozmente y el futuro no existe. Lo único que se vislumbra es un presente que se
desvanece. El afán de experiencias fuertes, el anhelo de sensaciones intensas, de
placeres de todo tipo, obedece a este fin: agarrarse al presente, pues es lo único que
hay, agarrarse a él como a un clavo ardiendo. El carpe diem horaciano se transforma
en un desesperado movimiento cuyo fin es inmortalizar el presente.
La esperanza en un mundo mejor une a creyentes y no creyentes. No es verdad
que la esperanza trascendente conlleve el olvido del mundo. Al creyente no le está
permitido olvidarse del mundo, de sus guerras y de sus batallas, menos aún
olvidarse de los demás. El olvido del otro es el gran pecado. Es la obscenidad. Es el
mal.
El más allá se construye en el más acá. La esperanza no es una fuga de los dolores
del mundo, de las barbaridades de la historia. El más acá es el lugar de la
encarnación, el campo de realización de la vida humana. Dios trascendió el más
allá para hacerse presente en el más acá; lo que significa que en el más acá hay
destellos de eternidad.
El compromiso histórico es el único medio de construir el Reino. La esperanza es el
motor de la historia; quiebra el círculo fatal que da vueltas sobre sí mismo, apunta
a una posibilidad que está más allá de lo ocurrido, que no es la repetición de lo
mismo, sino la irrupción de algo nuevo, de lo que todavía no había acontecido, que
ninguna mente humana puede imaginar.
Ahí radica la esencia de la esperanza: la confianza en que lo nuevo pueda
acontecer, en que lo eterno se pueda hacer presente en el tiempo. Por eso la
esperanza, en sentido estricto, trasciende el mero cálculo de probabilidades, el
terreno de las expectativas racionales.
Abrahán esperó más allá de los límites de la razón; tuvo confianza en las palabras
de Dios. Creyó que Sara de Ur, su esposa, daría a luz siendo anciana. Sara se cansó
de esperar, pero Abrahán creyó. La esperanza consiste en ver posibilidades ahí
donde solo se vislumbran necesidades; en reconocer que nada está totalmente
perdido.
La esperanza no es la caída en la irracionalidad, pero sí la confianza en que lo que
está más allá del campo de comprensión de la razón puede tener lugar.
Escribe Soren Kierkegaard: «El cristianismo no te lleva a un lugar más elevado
desde donde puedas abarcar con la vista una circunferencia más amplia, ya que
eso es solo una esperanza terrena y una perspectiva mundana. No, la esperanza del
cristianismo es la eternidad; y por eso su dibujo de la existencia contiene luz y
sombra, belleza y verdad, y por encima de todo la lejanía del calado»2
El creyente no solo aspira a vivir más, a incrementar el número de sus años, a
mejorar las condiciones de vida de sus coetáneos, a ajardinar el mundo con su
actividad. Aspira a la eternidad, y la eternidad no puede dársela a sí mismo, no
puede entregársela ningún ser humano, porque no es patrimonio humano ni un
bien que dependa de sus méritos. La eternidad es lo que está fuera del tiempo y del
espacio, la perfecta plenitud, la posesión del bien absoluto.
Eso es lo que espera el creyente mientras pasa por este mundo.
Francesc Torralba, Creyentes y no creyentes en tierra de nadie, PPC, Madrid 2013, pp. 217-320
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