miércoles, junio 08, 2022

La Caricia que Somos

Después de un tiempo volvemos con esta entrada que nos envía Guillermo Lago de una convivencia en Almería. 


La caricia que somos

Guillermo M. Lago Núñez

Entre las cinco sensateces (seguir, sentir, hacer, amar y sonreír) destaco la del sentir. Es la que más nos acerca al cuerpo y aunque se suela asociar en las lenguas romances al oído, está por extensión conectado con las sensaciones que se perciben con cada uno de los otros cuatro sentidos (o los cinco a la vez). El origen del término sentir, etimológicamente, es tomar una dirección, un camino, tras haberse orientado por los sentidos.

Pues bien, en el Tai chi nos solemos referir al olfato (olfatear la peste de odio), al gusto (saborear los disgustos), a la vista (mirada patrullera), al oído (escuchar el corazón), y apenas decimos nada del tacto siendo el que precisamente percibe la sensación del fresquito/calorcito, no solo al espirar e inspirar el aire sino por todos los poros de la piel, gracias a él, notamos el contacto directo con el suelo, ni más ni menos que con la Tierra.

Por su parte el Tao Te Ching al menos en las versiones con las que contamos, trata este sentido con respeto frente a la confusión que pueden generar los otros que ciegan, ensordecen o embotan al hombre (cap.XV).

El tacto se ha definido en Occidente como el sentido de la proximidad, del ser-con (Heidegger), de hecho, se le relaciona con el cerebro social, con la inteligencia sentimental. Es con quien exploramos el mundo inmediato, lo que nos rodea, y nos dejamos rodear y explorar con él. Es el primer sentido que desarrollamos cuando el cuerpo se forma en el útero materno y con el que sentiremos las primeras experiencias tras dar a luz; la forma de ser tiene mucho que ver con las caricias que hemos recibido y dado; la humanidad ha sobrevivido cientos de miles de años apretados en las noches de invierno, cuerpo con cuerpo, dándose calor. También está asociado en el cristianismo (el tocar y rozar) con los milagros, y en la medicina con la curación.

El tacto en este mundo digital, es el sentido olvidado. Resulta paradójico que, por primera vez en la historia, con ocasión de la reciente pandemia y para supuestamente protegernos, nos hayan prohibido usarlo; ese distanciamiento social, de relaciones, de contactos sin contactos, de conversaciones distantes a través de la pantalla en el que a todas horas estamos inmersos, se ha convertido en la peor enfermedad de la humanidad, frente a la cual es el único terapeuta.

Aún hay algo que nos impide ver (u oler, escuchar, o gustar) desde adentro. Solo hay un sentido que unifica trascendiendo lo interior y exterior, el objeto y el sujeto, que evita la separación y permite conocernos y reconocernos mutuamente: el tacto. Es famosa la expresión de Lucrecio quien indicó que, de todas las realidades, el cuerpo es la única que puede tocar y ser tocada: tangere enim et tangi, nisi corpus, nulla potest res.

Con estas “dobles sensaciones” que se producen en el tacto contamos con la primera noticia de nosotros como un ser, un algo propio: tenemos un cuerpo y somos un cuerpo a la vez. Son los actos de tocar, de acariciar, los que nos dan y conforman la propia corporeidad, integrándonos en el origen y más adelante después en unidad afectiva, al punto de llegar, utilizando una expresión hebrea, a ser una sola carne, o en la más bella de nuestro Juan de la Cruz, estar como amado en el amante.

En mi perduran algunas sensaciones que me ha dado cada cual, al dar la mano, una caricia, un beso o un abrazo, quizás también las mías perduren en alguien más, en estos recuerdos no solo hay un reconocimiento del calor o la energía personal en aquel momento, también la transmisión de algo inefable, de algo espiritual. Por eso me parece que el sentido del tacto, a diferencia de los otros sentidos, se comunica antes con el corazón que con el cerebro.

La mano o los dedos se nos han presentado como la localización fundamental del receptor táctil cuando en realidad está aún más en los pies (que también aislamos bajo la falsa idea de protegerlos), y en todas las partes del cuerpo y no solo en el tejido de la piel, también en las articulaciones y los músculos, en las terminaciones nerviosas. El tacto en su inmediatez de tocar o ser tocado es el sentido del presente.

Y es lo que determina la calidad y suavidad del movimiento del Tai chi, su elegancia, de hecho, varios movimientos están relacionados directamente con la acción del mismo (acariciar la cola del pájaro, las manos aguantan el cielo, las manos ondulan como las nubes) y toda la secuencia de giros y pasos depende de él al iniciarse el empuje del movimiento en la planta del pie.

Por eso podemos considerar al tacto como el sentido taoísta por excelencia, el que nos hizo en el fluido amniótico sentir la vida a partir del primer movimiento, hacia afuera y al mismo tiempo hacia dentro, hasta lograr el equilibrio interior; es el que pasivamente nos educa para convivir, compartir, y estar en armonía con el exterior.