Vivencias con Peter
Hola a todos,
Siguiendo la invitación de
Maribel me agrada mucho compartir alguna de esas vivencias tan ricas e
iluminadoras que hemos disfrutado junto a Peter durante los últimos meses,
antes de su partida hacia la raíz de la vida.
Durante una visita a la
residencia con mi hijo Juan, Peter insistió mucho en que no olvidáramos toda la
riqueza que hemos vivido y compartido durante largos años de encuentros,
convivencias, celebraciones, paseos, charlas, excursiones… tantos y tantos
buenos momentos llenos de verdadero cariño. Nos pedía que siguiéramos
escribiendo sobre todo lo vivido por nuestra familia. ¡Cómo le gustaba a Peter
este trato humano constante y genuino, auténticamente formativo, en el que él
se sentía realizando su misión! En un momento
de la charla, tras recordar algunos momentos muy especiales, Peter me preguntó
por un niño. “¿Un niño? ¿Qué niño, Mateo, Marco…?”. Peter no se refería a ellos
y seguía tratando de recordar y de encontrar la palabra. Comenzó a esbozar una:
“Al…Alpuj…” Se refería a la Alpujarra.
¿Un niño de la Alpujarra ? ¡Ah!,
enseguida comprendí. Peter se refería a Frederic, un niño muy especial que le
acompañó durante la convivencia en las Alpujarras en el año 93. En aquella
ocasión nos alojamos del una manera muy sencilla, casi artesanal, en la finca
enclavada en plena naturaleza propiedad de una familia belga con cuatro hijos,
a los que había conocido dos años antes durante mi servicio social en el pueblo
de Cádiar.
Frederic, el más pequeño, rubito
y lleno de energía, debía tener unos seis años. Había nacido en la camioneta de
sus padres pues su madre había decidido tenerlo allí. El niño llamaba la
atención y yo ya le había conocido dos años antes cuando en un sólo día pasó de
no decir ni media palabra en castellano –sólo se expresaba en francés y
flamenco- a hablar de corrido con un graciosísimo acento alpujarreño. Durante
los días de la convivencia bajábamos con Peter a Misa por una intrincada senda
hasta llegar a la aldea de Narila. Los belgas no acudían a la Iglesia pero el niño
disfrutaba acompañando durante un buen trecho a la curiosa comitiva y a ese
sorprendente abuelo-maestro chino. A Peter le sorprendió la vivacidad y
valentía del niño. También su postura y su equilibrio entre las rocas y la
inclinada senda.
El niño con seis años ayudaba
a su padre a reparar todo tipo de maquinaria y conocía perfectamente el nombre
y el funcionamiento de las piezas de un coche. Ni que decir tiene que estaba al
tanto de todo lo necesario del huerto ecológico que cuidaba su madre, a la que
también acompañaba en la elaboración del pan. Años más tarde aprendería con su
padre los secretos de la informática y a reparar ordenadores. El niño no fue a
la escuela.
“Ese niño ya es papá”, le
dije a Peter pues, muy de cuando en cuando, aún recibo noticias de esa familia
a la que aprecio mucho.
También en los últimos
encuentros en el hospital y en la residencia, Peter enfatizó aún más si cabe la
diferencia que él sentía entre chino y no-chino. Sobre este punto, no sólo
hablaba de intercambio cultural o entendimiento mutuo, sino también de
reconciliación, sentía la necesidad de reconciliar Oriente y Occidente mediante
la conversación sincera y un auténtico encuentro familiar (basado en la buena
voluntad y en el servicio). ¿Y qué si no ha venido realizando Peter con tanta
dedicación y valentía y a lo largo de los años? Él ha sido pionero en un
encuentro de personas y culturas, no basado en ideas –por muy loables que sean
las ideas ecuménicas- sino en la convivencia íntegra y familiar que atiende y
nutre todas las facetas de la persona, desde las más fisiológicas hasta las
espirituales. Es esta integridad corpóreo-espiritual y esta capacidad de
abrazar las múltiples expresiones de la naturaleza humana con una actitud
acogedora (gustito) y a la vez autoexigente (orden del día), lo que en mi
opinión caracteriza la buena siembra y el legado del padre Peter Yang. Gracias
a él hemos tenido la suerte de encontrarnos con un Jesús “de carne y hueso”,
sin corsés, y un Espíritu de Verdad al que queremos sentir y seguir, mas no
condicionar.
Le paso también a Maribel la
transcripción literal de alguna de estas charlas.
Por último, un detalle.
Cuando Tessa le pidió semanas antes de fallecer que escribiera la caligrafía de
su nombre, Peter escribió con caracteres muy vivos: “un chino”.
Un abrazo fuerte a todos.
Dani