Ha
sido una bonita y agradable Convivencia la de este año en Montesclaros. Nos
acompañó el buen tiempo, que se sumó a la de por sí ya hermosa -y más en esta
época- naturaleza del lugar, con la amplitud, verdor y frondosidad de su
paisaje.
E incluso tuvimos una preciosa “noche
mágica”, con un cielo estrellado, una luna llena impresionante en su salida por
el horizonte y un fenómeno poco corriente, como fue la presencia en el cielo de
una conjunción entre Júpiter y una inusualmente luminosa Venus, uno al ladito
de la otra, como pocas veces se les ve.
Y
el ambiente en el grupo -con la entregada labor de coordinación de Pili- fue
también de una gran fluidez, con alegría, cariñito e interés e implicación de
todos en el trabajo establecido en el orden del día.
(Las fotos que enviamos al blog de Hilda
lo reflejan bastante bien)
En
suma, que nuestro grupo de Tai-chi Zen cristiano avanza y se consolida a ojos
vista (en esta convivencia como lo ha sido también en otras posteriores a la
muerte de Peter). Si él nos viera -quizás nos ve- estaría muy contento y
tendría su respuesta a aquel “¿qué será de nuestro grupo?”, que tanto repetía,
sobre todo durante su enfermedad final.
Los
frailes estuvieron, como siempre muy atentos y cariñosos con nosotros, y se ve
la huella que en ellos también dejó Peter: lo recuerdan con mucho afecto y
admiración (a uno de ellos, el padre Paco, le oí decir que “si Peter no está en
el cielo como un santo, quién lo va a estar”) y también rezaron expresamente
por él en la misa.
Este
año no hicimos la tradicional queimada con el padre Suárez, pero él se sentó
con nosotros en el comedor la última noche de convivencia y todos juntos
estuvimos cantando muy animados las típicas canciones tradicionales que
cantábamos en aquellas queimadas de años anteriores.
En
las tertulias, leímos y comentamos cuatro capítulos del Tao Te King (XIII, XIV,
XV y XVI).
Del
capítulo XIII, hubo tres conclusiones principales: una, que así como hay que
aprender a dar a los demás, también
tenemos que aprender a recibir de ellos; la segunda, que hay que amarse
a sí mismo para poder amar y servir a los demás, y, en tercer lugar, que “lo que viene, conviene”, en frase
aportada por Maru (una nueva taichiísta) que, según ella, decía la abuela de un
amigo suyo. “¿Y por qué viene?”, continuaba. “Porque conviene”, retranqueaba la
abuela (es nuestro “aceptar, aprobar, adaptar, conformarse y realizar”).
En
el capítulo XIV, en el que se intenta describir de alguna manera lo que es el
Tao, nos dejamos llevar por las variadas versiones o traducciones del texto
chino para intentar intuir lo que esas descripciones nos sugerían.
El
capítulo XV nos llevó más tiempo de comentario, porque en él hay una
descripción -que nos pareció preciosa- del “perfecto seguidor del Tao” en la
antigüedad, lo cual ya nos llevaba más a hablar de nosotros mismos. El perfecto
seguidor del Tao era “frágil (como una capa de hielo en el río), “precavido” y
“prudente”, “discreto”, “simple” “amplio” (como un valle), capaz de conjugar bien
la tranquilidad con el movimiento (“dentro del movimiento hay tranquilidad y
dentro de la tranquilidad hay movimiento”). Todas estas cualidades nos sugerían
la idea del “no molestar ni sentirse molestado” y del respeto como preludium de
amor (en palabras de Peter). También nos llevó a la cuestión de cómo
relacionarnos con los demás, o con los acontecimientos externos que puedan
perturbarnos, sin dejarnos arrastrar por ellos y qué “estrategias” o
“habilidades” personales tenemos que aprender y desarrollar en la práctica para
que no nos afecte ni nos descentre ese mal que nos pueda venir de fuera; cómo
saber “abrir y cerrar nuestra ventana” al exterior y a los demás en el momento
oportuno, en palabras del maestro zen Thich Nhat Hanh, cuyo pequeño relato -que
intento transcribir, aunque no sé si con todo el acierto-, nos contó Nacho:
un maestro zen que estaba sentado en una
habitación del monasterio, al lado de la chimenea encendida y con varios
papeles entre manos, que estaba leyendo, cuando, de repente, la ventana de la
habitación se abrió con estrépito por un fuerte viento, dispersándole por los
aires todos los papeles y haciendo entrar el frío del exterior; pero el
maestro, en vez de enfadarse por el descuido de quien no había cerrado bien la
ventana, se levantó tranquilamente y fue él mismo a cerrarla y después recogió
los papeles… La enseñanza que el maestro sacó de este incidente, y que
transmitió a sus discípulos, fue que cada uno debemos aprender cuándo y cómo
abrir o cerrar nuestra “ventana” personal en nuestras relaciones con los demás
y con el mundo, porque, si la mantenemos inadecuadamente cerrada, nuestro
interior (la habitación) no se oxigenará bien ni estará abierta a la vida ni a
los demás, y, si la abrimos demasiado o en el momento inadecuado, nuestra
energía interior (el calor de la habitación) se desperdiciarán; así que hemos de aprender a
regular el “abrir y cerrar nuestra ventana” en el momento adecuado para
mantener nuestro bienestar interior frente a las influencias del exterior que
puedan alterar nuestra tranquilidad.
Esta vez estábamos bastantes de Cantabria
y también vascos, de Madrid o de León, pero echamos de menos alguna
representación –como ya era tradicional- de los de Granada, los de Zaragoza o
los catalanes. A ver si para el año que viene os animáis.
Saludos y buen verano a todos.
Carlos Sotres
Peter Yang Pai Te en una homilía dijo que Jesucristo no tenía intimidad.
ResponderEliminarDio lugar a un punto de reflexión para mí sobre su sentido, que no sobre su significado.
Intimidad es llegarse a uno mismo por dentro y por fuera, y permanecer ahí. Ni siquiera es conocerse, ni buscarse ni encontrarse, simplemente es estar con uno mismo.
Esto es reconocer al observador del observador.
El que observa, observa la consciencia.
El observador del observador es el que sabe, no la consciencia, sino qué representa la consciencia.
Para el observador del observador, la intimidad es su mundo, pero no como algo que reduce, su intimidad en vez de ser a base de exclusión, es a base de asimilación, la misma consciencia es asimilada e intimada. El "ser" consciente es transportado al "estado sin estado", y la consciencia, ante la Realidad de ese estado, ella misma se hace consciencia, no del ser que es pura consciencia, sino consciencia de la Realidad, que es ese "observador del observador", que es el íntimo más íntimo, al que no se le puede ver, sólo ciertas de sus cualidades.
Tiene la capacidad de la Absorción, las imágenes de nuestros seres queridos le pertenecen, no a nosotros, sino a Él, por eso son queridos, por eso son bellos.
Es una tarea inmensa, por todos sus sentidos, trabajar con Él, en un voluntariado íntimo, en un voluntariado "sin estado", no reductible, donde (y ahora me río en mi intimidad) caben todos los "perfiles" de cada uno (esto es mi guiño).
Ana Calvo